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viernes, 25 de mayo de 2012

FINAL UEFA EURO. L. 2011/12 ATLETI 3-0 ATH.- El Atlético pone el fútbol por las nubes







[size=24]ATLÉTICO 3 - ATHLETIC 0[/size]

Atlético de Madrid
Courtois; Juanfran, Miranda, Godín, Filipe; Gabi,
Mario; Adrián (Salvio, min.88), Diego
(Koke, min.90), Arda Turan
(Domínguez, min.93); y Falcao.

Athletic Club de Bilbao
Iraizoz; Iraola, Javi Martínez, Amorebieta,
Aurtenetxe (De Marcos, min.46); Iturraspe
(Íñigo Pérez, min.46), De Marcos, Herrera
(Toquero, min.63); Susaeta, Muniain y Llorente.

Goles
1-0, min.6: Falcao, en jugada personal.
2-0, min.34: Falcao, a pase de Arda Turan.
3-0, min.85, Diego, deshaciéndose
de Toquero y Amorebieta.

Árbitro
Wolfgang Stark (Alemania). Mostró tarjeta amarilla
a Falcao, del Atlético de Madrid, y a Herrera,
Amorebieta e Íñigo Pérez, del Athletic Club.

Incidencias
Final de la Liga Europa 2011-2012, disputada en
un Estadio Nacional de Bucarest casi lleno con
52.347 espectadores. Noche agradable y
terreno de juego en buenas condiciones.

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[size=24]El Atlético pone el fútbol por las nubes[/size]

El equipo madrileño, liderado por Diego y un
Falcao tan espléndido como definitivo, golea
al Athletic (3-0), que pareció jugar
atenazado por los nervios



Neptuno tenía visita. En Bucarest lo llenó de agua un equipo grande ante
un rival muy grande al que le pesó el tamaño de la final. La Liga Europa
parece una competición hecha a medida del Atlético. Si la regularidad no
es su fuerte, los momentos estelares no le deslumbran. En Bucarest
deslumbró al fútbol con una noche mágica de sus dos grandes figuras,
el goleador Falcao y el violinista Diego. Los grandes partidos reclaman
siempre a los grandes futbolistas. Si acuden a la cita, ratifican su grandeza.
Si llegan tarde, se pierden la gloria. Falcao es de los que madruga para no
faltar a su destino. Siempre intenta coger el primer tren que pase por su
puerta. Cuando llegó apenas habían gastado unos pocos minutos de
espera, cuando, gentil, Amorebieta le abrió la puerta. Falcao, implacable,
le rompió la cintura en un par de quiebros y puso el balón
con un toque precioso en el ángulo donde anidan las
telarañas, muy lejos de los guantes de Iraizoz.

El gol no solo le dio al Atlético la ventaja en el marcador y el estilo que
ansiaba para disfrutar de los espacios. Le dio mucho más, porque sacó
del partido a la mayoría de los futbolistas del Athletic, que sufrieron el
mayor pecado que se puede cometer en una final: regar el manojo de
nervios con el que acudieron a la cita europea. En apenas 45 minutos,
cometió más errores no forzados que en toda la temporada. Difícil que
en tales circunstancias el balón llegue a Llorente, encarcelado por
Godín y Miranda, y muy fácil que la pelota acabe en los pies de
Falcao, o de Adrián, o de Turan o del omnipresente Diego.



Tan generoso andaba Amorebieta, confuso desde el primer gol del
colombiano, que se permitió una delicatessen en el área que no se
corresponde con su jerarquía futbolística. El centro subsiguiente lo
recogió Falcao, que ya viajaba en business, y se marcó un quiebro
de espaldas a la portería, para hacerse sitio en la butaca
del área, y marcar con la izquierda un gol soberano.

Un suicidio ante un equipo como el de Simeone, convertido en un ejército
que maneja bien los tiempos, que sabe frenar los ataques, al límite o
sobrepasándolo si es preciso de la legalidad reglamentaria, pero ajeno
a la violencia. Gabi y Mario Suárez eran como un cortacésped que le
segaron el juego a Iturraspe, ausente. Todo el Athletic se reducía a dos
futbolistas que, ajenos al nerviosismo, maniobraron en la segunda línea:
Muniain y Herrera pusieron electricidad a un equipo bilbaíno que se había
quedado sin voltaje. Aún así, con 1-0, tuvo su acercamiento a la gloria,
es decir a la cita con los partidos fundamentales, cuando empalmó un
centro de Iraola, pero le dio con el costadillo del pie y en vez de
rematar despejó. Y la tuvo más tarde Muniain con
un disparo que repelió, muy ágil, Courtois.



Fueron los fogonazos bilbaínos en un partido que en su primera mitad
tenía fijados los focos en el Atlético y especialmente en su ilustre figura
Falcao, que buscaba rabiosamente el flanco por el que se movía
Amorebieta. Diego y Turan se movían por todo el campo como puñales
en busca de su diana. Herido habitual era Iturraspe, normalmente el faro
que ilumina la transición del equipo de Bielsa, pero le rompieron la
bombilla. Por eso era más sombrío, más tenue, con su estrella
apagada y apenas con las luces de posición que se
empañaban en mantener Herrera y Muniain.

Bielsa recompuso estrategia y futbolistas tras el descanso. Íñigo Pérez
dejó en el banquillo pensando a Iturraspe e Ibai Gómez hizo lo propio
con Aurtenetxe. Despobló Bielsa la defensa en busca de más
profundidad. Pero la armadura rojiblanca era poderosa y apenas tenía
leves rasguños. No solo se sentía ganador sino gobernador del partido,
por más que la pelota estuviera en los pies del oponente. Se sentía
asegurado por la fortaleza de sus centrales, que convirtieron a Llorente
esta vez en un arma de fogueo. Amén de la pelota, le robaron la ilusión.
La sucesión de faltas rojiblancas en el medio campo acrecentó
los nervios del equipo verde esperanza, casi al mismo
ritmo que caían los minutos en el reloj.



Atacaba el Athletic, pero asustaba el Atlético. En los partidos afilados, la
hoja de Turan, Adrian y Diego es demasiado fina para una defensa
demasiado blanda. Cuando hay que tirar del mazo, encontraba a Falcao.
El Athletic nunca encontró a Llorente, atosigado en el área, sin movilidad,
fijado por los centrales como un poste a la tierra firme. Su mayor peligro
eran las diagonales, cada vez más espaciadas de Muniain para pasearse
entre las dos líneas defensivas que propuso Simeone. Más alegría le dio
Ibai Gómez, un chico con un toque poderoso. La presencia de Toquero
buscaba el objetivo de mover a los centrales, de abrir la defensa para
que corriese el aire en la calurosa noche rumana. Ibai Gómez se convirtió
en la dentadura de un equipo con demasiada caries. Sus arrancadas y su
fe le dieron al Athletic dos ocasiones para volver a la vida. La última de
De Marcos, que se fue alta, era otra puerta abierta
tras el suicidio de los centrales rojiblancos.

Por momentos pareció que el Atlético volvía a su versión más tópica, la
que le hace caer en apenas un suspiro en depresiones que le devuelven
a su mitología de equipo capaz de lo mejor y de lo peor. Tan insistente
era el agobio del Athletic que se echó a temblar, se fue para atrás, tan
hacia atrás que casi se acula en la valla. Tanto acoso produjo el momento
fiero de un león herido. Las ocasiones se incrementaron en tal medida (la
de Susaeta fue clamorosa) que alguien vio volar unas cuantas pupas por
el cielo de Bucarest. Era la versión menor del Atlético, ya
más preocupado por el reloj que por el juego, y que
a punto estuvo de secar la fuente de Neptuno.



Pero en las grandes citas, y en la noche de Falcao (también disparó al
poste), no podía faltar Diego, el ingeniero, el artista, el artesano, para
dejar su sello con un gol al nivel exigido en una acción individual. Todo
el acoso laborioso, entregado, del Athletic, atacando en tromba, dejando
el corazón más que la cabeza, en busca de un objetivo casi imposible,
fue borrado de un plumazo por un gol de bailarín, de
esos que se construyen con un violín en los pies.

El fútbol, para ser eléctrico, necesita unos principios inquebrantables,
goles como soles y unas aficiones indesmayables. Las tres cuestiones
se cumplieron a rajatabla. Aunque los goles cayeron de un solo lado y
en momentos psicológicos del partido. Y en asuntos psicológicos el
Atlético vive muy por delante del Athletic. Una final exige poner muchas
cosas en juego. Y el Atlético las puso todas (incluso un cierto suspense
como resucitando sus viejos fantasmas) ante un rival más que digno,
más que laborioso, más que valeroso. Le queda la ilusión de saber que
dos jovenzuelos, Muniain e Ibai Gómez, pudieron con el peso
de una final. Cuestión de futuro. Por unas y otras razones,
entre ambos pusieron el fútbol español por las nubes.

E. Rodrigálvarez - Bucarest
9 MAY 2012 elpais.com
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